Klingenthal
Por Mónica Gómez
Reconoció a su asesino en el momento mismo que
lo vio
(las regresiones sicoanalíticas no habían sido
en vano en esta vida)
Ahí frente a sus ojos estaba nuevamente Klingenthal.
-Pensó –“la eternidad ha sido su fuerza”.
Era una verdadera obra de arte
al sobrevivir así a través del tiempo, los
siglos.
Su temple alemán no se notaba, sólo mostraba como la vez
anterior que lo miró por primera vez, su extraordinaria belleza símbolo de
aristocracia y sabiduría.
Pero en esta vida no la engañaba su inofensivo
aspecto.
Anteriormente, su
idealismo había provocado que solamente viera su apariencia física, su exquisita
suavidad, prestancia, porte, el color negro plateado de su textura y el collar
de platino con que adornaba su cuello.
Y en esa oportunidad, eso la había seducido.
-¡Todo se debió a un arrebato pasional! -se
dijo.
Ahora con la mirada del retorno, la ventaja
estaba a su favor, ella sabía quién era él, pero él no sabía quién era ella.
(Las ventajas de la muerte-pensó)
Por supuesto él no la reconoció, ella no era ahora Loreto
Lo, la escritora a quien había asesinado,
engañándola vilmente con el brillo de su
porte y aguardando el momento preciso ahí en un rincón del dormitorio (al que ella
misma le había permitido entrar) y en la impunidad que nadie, absolutamente
nadie, sospecharía de él como autor del homicidio.
Indudablemente también había sido culpa de ella
(la escritora), en esa ocasión, no fue posible que casi sin conocerlo le hubiese abierto las puertas de su casa y de
sus sentimientos.
Confiando en que él sería su guardián, su
protector ante cualquier agresión, quien le evitaría las caídas y apoyaría en
la vejez.
Con él, la
eternidad.
Nunca, ni remotamente podría haber pensado que
Klingenthal no sentía lo mismo hacia ella (así es el amor no correspondido) y
que la permanencia a su lado había sido
una cuestión de táctica, de embaucamiento para ejecutar la adicción que había
heredado, con la que había nacido, su única pasión.
Lo decían sus tatuajes, Der Mörder y Der Tod y
su fuerte inclinación, aguda e inflexible por la parte oscura del espíritu
humano y locura de sangre.
Desafortunadamente en esa vida la mujer no
había notado esas marcas, aunque como artista debería haber intuído que el
horror nazi no quedaría en el pasado sino que seguiría vivo en los seres, las
acciones y obras que dejaría.
Hoy entendía que la había asesinado porque no
tenía alternativa, estaba hecho para matar.
Así, en esta reencarnación ahora le tocaba a
ella.
En el convencimiento de su absoluto dominio de
la situación, pensó que el sacarle la falsa máscara, dura madera, lo mostraría
en su verdad visigoda, bélica y con goce por el sufrimiento ajeno.
La oportunidad se le ponía allí, al alcance de
la mano.
No podía evitarlo, aun a sabiendas quien era.
¡Extraordinario! - se dijo- lo miró y volvió a
mirar con admiración consciente que no debía caer en el juego de la seducción (la
belleza siempre había sido su éxtasis, su desdicha y su esclavitud).
La veía y caía rendida sin posibilidad de salvación.
Lo llevó a su departamento.
Y la lucha se dio en su espíritu, la duda se
empoderaba de sus acciones y vaciló entre quedarse con él y morir, o revelar su
alma vil, ausente de moral, su “pedagogía negra” (hitleriana ) y necesidad de
dominio y sumisión de los cuerpos.
Le pareció una guerra entre el bien contra el mal.
Y decidió.
Esta vez a diferencia de guiarlo a su
dormitorio (como en la otra vida), lo condujo hacia el balcón de este su ahora moderno
hogar.
Allí lo acomodó en su sitial favorito, mientras con gran calma buscó el aceite de sésamo de sus candiles de plata heredados de la escritora ”- visionaria hasta en su-mi muerte -pensó”.
Y como
haciendo un ceremonial sagrado cubrió a
Klingenthal con el espeso liquido acariciando
el precioso cuerpo con firmeza y ternura, contradiciendo su voluntad de odiarlo
– no pudo-.
Encendió el fuego y lo acercó al cuerpo ahora brillante.
Se encendió con una gran llamarada azul
y luego dorada, todo él ardía, se
consumía.
Poco a poco
desaparecía la máscara de madera,
la vaina de ébano negra, mango
milord plateado , empuñadura
engastada en marfil y garganta
rodeada con aro de platino.
Su alma gimió lastimeramente surgiendo de su interior el florete de acero al carbón que guardaba celosamente.
Peligrosa y oculta arma de ataque.
Ya no podría hacer daño a nadie.
Su máscara había caído.
Nadie confiaría en él.
Todos se le apartarían
como de un perro sarnoso
(-¡ También en esta vida se separarían ! - al
igual como había
sucedido en su anterior encarnación cuando fue la escritora Loreto Lo) concluyó con
tristeza la mujer.)
Y la verdad se
presentó despiadada.
Él no era el señorial bastón que simulaba ser.
El era un auténtico
Klingenthal,
la más secreta de las armas nazi
creada en 1942
para traicionar y asesinar.
Hay crímenes que ni siquiera el fuego purifica
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